Está considerada como una de las 25 mejores experiencias que un viajero puede disfrutar en Irlanda y prueba de ello es que recibe más de 250.000 visitantes cada año. Te hablo de cruzar los 20 oscilantes metros del puente colgante de Carrick-a-Rede, una de las grandes atracciones turísticas de la ruta costera de la Calzada del Gigante.
Yo llegué a este precioso enclave en una excursión organizada desde Belfast, donde pasé tres días tomándole el pulso a la capital de Irlanda del Norte, una pequeña ciudad llena interesantes contrastes que ha sabido reinventarse a través de la cultura y el arte dejando atrás el conflicto político y religioso que la azotó durante tres décadas y que dejó su huella más palpable en sus impactantes murales.
Para no romper la tónica dominante, aquella mañana de octubre el cielo amaneció tan plomizo como de costumbre. Four seasons in a day, pensé sonriendo al subir al autocar. Al fin y al cabo estaba en la isla Esmeralda, donde saltar del sol a la lluvia puede ser cosa de minutos.
Apenas sin darme cuenta, los barrios periféricos de Belfast pronto quedaron atrás para dar paso a una de las carreteras más hermosas que he visto en mi vida. En el límite de la Europa occidental, discurriendo entre encantadores pueblos costeros con reminiscencias medievales como Larne, Ballygalley, Glenarm, Cushendall o Ballycastle. Imposible no estar de acuerdo con aquellos que afirman que la ruta costera de la Calzada es una de las cinco mejores excursiones en coche del mundo. El azul del mar, los acantilados, el verde de los antiguos valles glaciares conocidos como los Glens de Antrim… Un cambiante tapiz de paisajes, una sorpresa en cada curva.
Así fue como llegué al Condado de Antrim, al vértice de Irlanda del Norte, donde me esperaba este símbolo del litoral irlandés que gestiona National Trust, una organización benéfica que se encarga de conservar parajes especiales como éste gracias a las aportaciones de sus miembros y de aquellos que como yo los visitan.
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El puente colgante de Carrick-a-Rede
Aunque se puede comprar la entrada que permite cruzar el puente allí mismo, yo adquirí la mía en el propio autocar. En mi cabeza las palabras puente colgante, altura y agua bajo mis pies se fusionaban en un solo concepto: mi incontrolable y antipático vértigo. Puede parecer una tontería, pero tener en mis manos ese trozo de papel que anticipaba lo que iba a suceder, de algún modo me envalentonaba para enfrentarme a ello. Había leído que era una experiencia segura, apta para todas las edades, en definitiva, algo superable para mí y estaba más que dispuesta a afrontar el reto que me lanzaba la espectacular naturaleza de Irlanda del Norte.
Con este pensamiento pululando por mi mente empecé a recorrer el kilómetro que separa el centro de recepción de visitantes del puente de Carrick-a-Rede. Si desde la ventanilla del autocar el paisaje es sobrecogedor, imagina sentirte parte de él. En calidad de asombrada espectadora, bajo una suave lluvia, por un sendero que discurre al borde de una escarpada costa delimitada por titánicos acantilados y que casi hasta el final no te permite vislumbrar tu meta.
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Aunque había llegado el momento de ahora o nunca, decidí tomármelo con calma y ver cómo el resto de visitantes se enfrentaban a lo que para mí iba a ser un acto de valentía extrema. Unos pasaban despacio, otros aceleraban el paso, con las manos asidas a las cuerdas o sin sujeción alguna, e incluso unas japonesas posaban alegremente como si la altura y el tambaleo del puente no fuera con ellas.
Estaba nerviosa y mis cortos paseos hicieron que el vigilante de acceso se fijará en mí y hasta me animara a cruzar. «Come on. It’s easy». No quedaba otra. Respirar profundamente y hacer de tripas corazón. Así es como me planté en el primer peldaño de la empinada escalera metálica que desemboca en el puente. Bajé. Primera prueba superada.
Me agarré fuertemente a las cuerdas acompañada de un mantra interno que me repetía «tú puedes» y empecé a caminar sobre él. Creo que no he segregado más adrenalina en mi vida. Ahí estaba yo, abandonando el continente y cruzando este puente de 20 metros de largo, suspendido a 30 metros de altura, que se balanceaba a cada paso. Incapaz de bajar la vista en ningún momento y solo pensando en alcanzar lo antes posible la isla de Carrick (“roca” en gaélico).
Cuando volví a sentir mis pies en tierra firme, el alivio fue mayúsculo y cuanto pude hacer en ese momento fue darme la vuelta y contemplar el puente desde el otro lado. ¿Por ahí he pasado yo? ¡Imposible! Pues sí, lo hice y me sentí tremendamente orgullosa por haber ganado esa batalla que a muchos les parecerá una tontería pero que para mí era todo un reto.
Una vez que mi corazón dejó de galopar como un caballo desbocado, mi esfuerzo se vio recompensado con unas fantásticas vistas de la isla de Rathlin, Escocia y la costa de Causeway. Hubiera pasado allí toda la mañana disfrutando de la hipnotizante paleta cromática que me rodeaba, sintiendo la brisa en mi frente y el frío en mi cuerpo, viendo a las olas batirse contra los acantilados, fijándome en cada una sus cuevas y cavernas. Naturaleza en estado puro, así es Irlanda y el puente colgante de Carrick-a-Rede uno más de sus protagonistas.
Aún así, había llegado la hora de regresar y si bien me sentí más segura al volver a cruzarlo tampoco fui capaz de pararme para inmortalizar el momento. Yo sé que lo hice y mi certificado emitido por National Trust lo demuestra.
El origen de este puente se lo debemos a los pescadores de la zona que lo construyeron y utilizaron durante más de 250 años para llegar a una de las mejores zonas de pesca del salmón migratorio. Y es que después de pasar un año en los profundos océanos, el salmón inicia su regreso a los ríos que lo vieron nacer en una ruta migratoria hacia el oeste que pasa por Carrick-a-Rede. La presencia de este promontorio rocoso, los obligaba a desviarse facilitando su captura.
En 2002, la ruta del salmón cambió y los pescadores dejaron de faenar aquí legando este delicado puente al patrimonio irlandés y a los miles de visitantes que se acercan a él. En busca de emociones fuertes, sí, pero también para contemplar todo tipo de aves marinas y caer rendidos al embrujo de un lugar en el que según dicen puedes llegar a escuchar el canto de las sirenas. ¿Mitología? ¿Lo dudas? Estás en Irlanda y acabas de cruzar el puente colgante de Carrick-a-Rede.
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Cómo llegar al puente colgante de Carrick-a-Rede, horarios y tickets
Ubicación:
119a Whitepark Road, Ballintoy, County Antrim. BT54 6LS
En coche:
Deberás tomar la B15. La Calzada del Gigante está a sólo 7 millas. Recuerda que aquí se conduce por la izquierda.
En autobús:
Ulsterbus 172 desde Coleraine. Ulsterbus 252 y 256 desde Belfast. Servicio 402 Causeway Rambler.
Precio de la entrada:
- Adultos: 9 libras.
- Niños: 4.50 libras.
- Familias: 22.50 libras.
Horarios de Carrick-a-Rede:
Abierto todos los días de abril a septiembre de 9:30 a 15:30h (salvo que las condiciones climatológicas lo impidan).
¿Qué ropa llevar?
El clima de la costa norte suele cambiar constantemente así que conviene ir preparado. Lleva algo de abrigo y un impermeable para protegerte del fuerte viento y la posible lluvia, y calzado adecuado para caminar por los senderos.
Web: Carrick-a-Rede National Trust
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Felicidades por cruzar ese puente! Solo por ver esa maravilla de paisajes merecía la pena, aunque a mí me hubiese encantado también pasar el puente, sentir ese movimiento y pararme a hacer fotos tranquilamente, claro que no tendría ningún mérito en mí que no tengo vértigo y disfruto de las alturas… Un abrazo viajera!
Gracias, Núria. Fueron 20 metros eternos para mí pero tuvo una gran recompensa. Un abrazo
Yo soy #MuyFan de subirme a sitios altos y hacer el cabra así que a veces se te olvida que no todo el mundo es así 🙂 Enhorabuena por superar sus miedos… y contarlo.
J
Muchas gracias, J. Pasé un mal rato por culpa de mi antipático vértigo pero ya se sabe… querer es poder 😉
Buenas fotos y mejor pluma. Te felicito.
Muchas gracias, Luis Miguel
Valió la pena el esfuerzo Alicia con esas maravillosas vistas…. otra prueba superada!! 😉
Enhorabuena!!
Y tanto que valió la pena. Repetiría ahora mismo 😉
Bien por ti 🙂 Merecía la pena el esfuerzo y nada: un pequeño paso para la Humanidad pero un gran paso para ti
20 metros de pasos, JAAC 🙂 Pero sí, valió mucho la pena pasar un mal rato. Un abrazo
Me ha encantado. Entran ganas de ir ( y yo tb tengo vértigo) 😉
Muchas gracias, Asun. Si yo pude, tu también. Un saludo
Como siempre, quedan ganas de más. Muchas gracias por este paseo.
Gracias a ti por pasarte por mi rincón viajero, Rosa. Un saludo
Tremendos paisajes. Por ellos yo también cruzaría ese puente 😉
Preciosos, ¿verdad? La magia de Irlanda del Norte